Mis ojos se fueron a jugar,
en el blanco de una nube y mis manos perdieron un trazo,
en el marco de un silencio que no pude controlar.
Y el trazo se hizo asfalto,
y el asfalto sonrió desde un paso de cebra amigable.
Y las señales danzaron al son de mis años,
y me pareció tan alegre,
que hasta pude ver ternura en el guiño de un semáforo...
No,
si esta ciudad no puede ser hostil, ni parecer fría con tanta vida.
Vida que va con alegría, de farola en farola,
en la finta de esa golondrina recién llegada,
vida que en nada posa cual vencejo sublime que no sabe, ni sabrá, adónde va.
¿Y que más da?
Tan vencejos nosotros caminando, como humano el volando.
Si es hermoso, que duda cabe, hasta el mismo deseo
que lo ve y nos ve, hermosos...humanos.
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